Así de año en año deberá conmemorarse, por esa fiesta de Purim, la gran liberación de la cual fue objeto el pueblo.
La cristiandad, con sentimientos lamentablemente muy mezclados, celebra cada año el nacimiento y la muerte del Salvador. Por cierto, alegrémonos de que, de esa manera, muchos son llevados a pensar por lo menos una vez o dos por año en esos maravillosos acontecimientos. Y cada fin de año es también para nosotros una ocasión para bendecir a Dios por todas las gracias otorgadas. Pero es de desear que, no una vez por año sino cada primer día de la semana y, en verdad, cada día de nuestra vida, podamos acordarnos de nuestra gloriosa redención y de nuestro glorioso Redentor.
Este se nos presenta todavía una vez más en el capítulo 10 bajo los rasgos de Mardoqueo: “Grande… estimado por la multitud de sus hermanos… procuró el bienestar… y habló paz…” (v. 3). En todo esto contemplamos a Jesús, quien, como siervo (Isaías 52:13), obró sabiamente y, por consiguiente, debe ser engrandecido y exaltado, y puesto muy en alto (véase también Salmo 45:6-8; Filipenses 2:9-11). Pero, Él es igualmente digno de ocupar el primer lugar en nuestros pensamientos y afectos (Colosenses 1, fin del v. 18). ¡Cada uno de nosotros debe darle ese lugar desde ahora!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"