Nehemías sintió en el corazón el deseo de hacer el censo del pueblo. Se sirvió del registro genealógico establecido cuando tuvo lugar el primer retorno a Jerusalén. Los versículos 6 a 73 reproducen más o menos el capítulo 2 del libro de Esdras. Por ejemplo, volvemos a hallar la descendencia de aquel hombre que “tomó mujer de las hijas de Barzilai galaadita, y se llamó del nombre de ellas” (Nehemías 7:63). Barzilai era ese anciano rico y considerado, quien había mantenido a David y su séquito en Mahanaim (2 Samuel 19:32). Aquí nos enteramos de que su yerno, aunque sacerdote, había renunciado a su propio nombre en otros tiempos. Se había hecho llamar por el de su suegro, lo que lo ponía más en evidencia. ¿Cuáles fueron las enojosas consecuencias? Sus descendientes, considerados como profanos ¡fueron excluidos de los cargos del sacerdocio! ¡Cuidémonos de abandonar nuestros privilegios cristianos por afán de consideración! ¿Existe más grande dignidad y nobleza que la de pertenecer a la familia de Dios, al «real sacerdocio»?
Ese empadronamiento del pueblo subraya el contraste con los días de David. Allá solo la tribu de Judá contaba 470.000 hombres de espada: diez veces más que ahora. Pero no es el número lo que importa: ¡es la fidelidad!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"