Al final del capítulo 4 vienen a agregarse, a las dificultades y al cansancio de la construcción, las del combate. Y, en efecto, el creyente no solo es obrero sino también soldado. Se parece al miliciano de Nehemías, quien tenía su herramienta en una mano y en la otra su arma (la cual es la Palabra de Dios: Efesios 6:17). No tiene el derecho de dejar la una ni de deponer la otra.
Después del hermoso celo al que hemos asistido, el capítulo 5 nos trae una penosa sorpresa. Esos judíos que habían «escapado», quienes antes de la venida de Nehemías estaban en una gran miseria (cap. 1:3), ahora se hallan en una situación peor todavía. Tuvieron que empeñar lo que poseían y, a veces, entregar sus hijos en servidumbre para poder pagar sus impuestos y no morirse de hambre. Además, los que los redujeron a ese estado no son enemigos. Son sus propios hermanos, quienes transgredieron la ley: (Éxodo 22:25; Levítico 25:39-43; Deuteronomio 15:11; 23:19-20).
¿Dónde estamos en el plano del amor fraterno? Sin él el más hermoso servicio cristiano no tiene valor (1 Corintios 13:1-3). Llevemos a cabo lo que dice el apóstol Santiago (cap. 2:15-16). Sí, examinemos bien nuestro corazón a ese respecto. ¡Y también nuestro comportamiento!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"