El llamamiento de Abram

Génesis 11:27-32 – Génesis 12:1-8

En el tiempo posterior al diluvio, la idolatría progresó tremendamente (leer Josué 24:2). Esta vez Dios deja que el mal siga su curso, pero llama a un hombre a separarse de ese mal.

Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció…; y salió sin saber a dónde iba.
(Hebreos 11:8)

«Abraham salió con los ojos cerrados, pero el Dios de gloria lo conducía por la mano» (J.G.B. – Véase también Hechos 7:3). La orden de Dios, acompañada de una séptupla promesa (v. 2, 3), le es suficiente para ponerse en camino. Obedecer nos es naturalmente contrario, incluso cuando conocemos la razón de lo que se nos pide. Pero, para obedecer sin comprender, para salir sin conocer el destino, hace falta la fe, o dicho de otra manera, una confianza absoluta en aquel que ha dado la orden. Abraham es en la Escritura el modelo de la fe. Lo que caracteriza a ésta es el abandono de las cosas visibles por un objeto invisible (2 Corintios 4:18). En oposición a los constructores de ciudades en la tierra (Caín, los hombres de Babel), Abraham dirige sus miradas hacia la Ciudad celestial, “cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10). Y esta espera hace de él un extranjero en la tierra. No tendrá en lo sucesivo más que su tienda y su altar (v. 8), atestiguando el doble carácter de peregrino y adorador que tiene el hombre de fe en todos los tiempos.

Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"