La tierra ha sido barrida de las consecuencias del pecado. Pero la fuente del mal sigue estando ahí, en ese corazón humano al que toda el agua del diluvio no podía limpiar.
Dios bendice al patriarca y a su familia, y les confía el gobierno de la tierra. ¿Cómo responderán sus descendientes a esta bondad divina? ¡De la misma manera que Caín en el capítulo 4: vertiendo sangre! Dios lo anuncia: la violencia reaparecerá. Sí, la propia sangre del Hijo de Dios será vertida, y únicamente ella podrá lavar al corazón humano.
La tierra es entregada al hombre, quien desde entonces la domina con dureza. Bajo su yugo “toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” (Romanos 8:22). Como signo de su alianza, Dios da el arco (arco iris) en las nubes. Su aparición en el momento de un chaparrón es aun hoy día una señal de su gracia, un recuerdo de la promesa del versículo 15.
En el sentido espiritual, así es para el cristiano. En medio de todas las tempestades que se presentan en esta vida, tiene el privilegio de elevar los ojos de la fe hacia un Dios fiel a sus promesas. La presencia de Cristo sentado a Su diestra (Hebreos 9:12; 10:12), que nos habla mejor que el arco iris, es el constante recuerdo de que un juicio más terrible que el diluvio ha pasado definitivamente para el hijo de Dios.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"