Mientras los judíos reemprenden el trabajo bajo "los ojos de Dios" (Esdras 5:5; Salmo 32:8), por su lado los adversarios vuelven a sus maquinaciones.
En tanto nuestra vida cristiana sea lánguida y busquemos nuestros propios intereses, no incomodaremos al diablo. Y él mismo se cuidará de no molestar nuestra somnolencia. Le conviene perfectamente. Pero si el Señor despierta nuestro corazón y nuestro celo por él mediante su Palabra, en seguida hallamos de nuevo a Satanás en nuestro camino (véase 1 Corintios 16:9).
El gobernador y sus colegas renuevan la táctica que les había dado tanto resultado en el capítulo anterior: escriben al rey Darío para tratar de obtener su intervención, pero esta vez escondiendo su hostilidad bajo una aparente indiferencia, casi tolerancia. Su carta, que reproduce las declaraciones de los ancianos de los judíos, involuntariamente constituye un hermoso testimonio en favor de aquéllos (v. 11 y sig.). Esos ancianos no tuvieron vergüenza de declararse siervos de Dios, ni de exponer lo que Jehová hizo por ellos, aun cuando esto los obligó a confesar las faltas de sus padres
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"