Para hacer cesar el trabajo de los hijos de Judá, sus enemigos emplearon sucesivamente la astucia (v. 2), la intimidación (v. 4-5) y las acusaciones (v. 6-16). Ahora que han obtenido del rey el apoyo deseado, recurren a una nueva arma: la violencia. Se apresuran a ir a los judíos para obligarlos “con poder y violencia” a cesar su trabajo. Pero la verdadera causa de la detención de la obra es diferente. El profeta Hageo nos la da a conocer en su primer capítulo: es la falta de fe y la negligencia del pueblo mismo. En el curso de los años (quince más o menos) que transcurrieron desde la colocación de los fundamentos, poco a poco decayó el interés por la casa de Dios y cada uno comenzó a preocuparse por su propia casa. ¡Ay! creyentes, ¿no conocemos también semejantes períodos de bajón espiritual? El Señor y su casa (la Asamblea o Iglesia) pierden valor para nuestro corazón. En la misma proporción aumenta el cuidado que tenemos por nuestros propios asuntos. Pero Dios no quiere dejarnos en ese estado. Él nos habla como lo hace aquí con Judá. A la voz de Hageo y de Zacarías el pueblo se despierta, sale de su indiferencia y vuelve a poner manos a la obra.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"