La toma de posición de los hombres de Judá no dejó de atraer la atención de los pueblos circundantes. He aquí que vienen con un seductor ofrecimiento. “Edificaremos con vosotros, porque como vosotros buscamos a vuestro Dios…” (v. 2). ¿No era muy amable de parte de ellos? El trabajo avanzaría mucho más rápido. Y con un rechazo se correría el riesgo de herir a esa gente. Pero los jefes de los judíos no se dejan engañar. Firmemente rehúsan la proposición, al contrario de Josué y los príncipes, quienes en otros tiempos habían caído en semejante trampa (Josué 9). Para trabajar en la obra de Dios se debe necesariamente pertenecer al pueblo de Dios. Contrariamente a lo que sugeriría un falso amor o simplemente el deseo de no causar pena a alguien, no temamos mantener una clara separación con los ambientes religiosos cuyos principios son confusos.
Lo que sigue revela quiénes eran esos benévolos ayudantes: ¡enemigos! Como su ardid no tiene éxito, descubren su juego y recurren a las amenazas. Luego, cambiando aun de táctica, dirigen una carta acusadora a Artajerjes, el nuevo jefe del imperio.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"