Los sacerdotes y los jueces debían desenmascarar y castigar a los falsos testigos (v. 18; Proverbios 19:5, 9). El colmo de la iniquidad se produjo cuando Jesús compareció ante los miembros del Sanedrín, ¡estos buscaron falsos testimonios contra él para hacerlo morir! (Mateo 26:59). Esteban, también ante el concilio, fue acusado por falsos testigos (Hechos 6:13).
El capítulo 20 habla sobre la guerra. ¿Quién tenía a su cargo la preparación de la guerra y la movilización de los soldados? Podríamos pensar que los oficiales eran los más indicados para ello. Pero no, eran los sacerdotes y los jueces. Lo que efectivamente hay que apreciar no es la fuerza ni el armamento de los soldados, sino la fidelidad y la entrega a Jehová. El versículo 5 y siguientes enumeran los motivos que eximían a un hombre de incorporarse para tomar parte en la guerra. Hacen pensar en las pésimas excusas que invocaban los invitados a la gran cena de la parábola:
He comprado una hacienda… Acabo de casarme…
(Lucas 14:18-20)
Pero escuchemos la opinión basada en la experiencia de alguien que había peleado la buena batalla:
Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado.
Con esta condición cada uno de nosotros podrá ser “buen soldado de Jesucristo” (2 Timoteo 2:3-4; 4:7).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"