El servicio religioso puro y sin mancha ante Dios Padre (Santiago 1:27) incluye dos aspectos:
Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.
Ayer consideramos el aspecto personal: mantenerse puro individualmente. Hoy tenemos ante nosotros el otro aspecto: servir con amor a los que sufren y padecen necesidad: el huérfano, la viuda (v. 29), el levita, el extranjero y el pobre.
Dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan…
(Lucas 12:33)
dijo el Señor Jesús. Sin duda alguna, Dios no necesita nada; sin nuestra ayuda puede saciar de pan “a sus pobres” (Salmo 132:15). Si nos invita a compartir lo que poseemos, no es por necesidad, sino para enseñarnos a dar. Él sabe que por naturaleza somos egoístas, que solo nos preocupamos por nuestras propias necesidades y que somos poco sensibles en cuanto a las de nuestro prójimo. Y el Dios de amor se complace en reconocer en los suyos esta primicia de la vida divina: el amor en sus múltiples manifestaciones. Sí, su corazón de Padre se regocija al comprobar en sus hijos alguna semejanza con su muy amado Hijo, con Aquel que por amor a nosotros “se hizo pobre, siendo rico” (2 Corintios 8:9).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"