Los hijos de Jehová (v. 1) constituían un “pueblo santo a Jehová” (v. 2). A tal posición debían corresponder con una conducta santa y una piedad que los versículos siguientes nos muestran cómo manifestar. La Biblia es la única medida que nos permite distinguir entre lo puro y lo impuro. Los mamíferos puros poseían a la vez dos características. Los que, como el camello, rumiaban pero no tenían la pezuña hendida (mucho conocimiento sin la marcha correspondiente), e inversamente aquellos que, como el puerco, dejaban una huella impecable pero no tenían una buena manera de alimentarse, debían rechazarse. Los fariseos ilustraban esta segunda categoría. Exteriormente estaban separados del mal, pero interiormente no eran gobernados por la Palabra de Dios. Jeremías es el ejemplo de un hombre que reunía los dos caracteres. “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí…”, declara. ¡Eso es “rumiar”! Y en el versículo siguiente dice:
No me senté en compañía de burladores…
(Jeremías 15:16-17)
Se refiere al andar separado del mal.
Todo lo que se arrastraba siendo dotado de alas era impuro (v. 19). Dios no reconoce la mezcla de lo celestial (provisto de alas) con lo terrenal (los reptiles).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"