En este pasaje Jehová habla con su siervo Moisés sobre el final de su carrera. A causa del error que Moisés cometió junto a las aguas de Meriba, no le será permitido introducir al pueblo en la tierra prometida. Lo que enseguida inquieta al siervo de Dios, es que Israel podría quedar sin conductor. En lugar de pensar en sí mismo, intercede nuevamente en favor del pueblo pidiendo que este no sea cual rebaño sin pastor (v. 17). El mismo pensamiento ocupaba el corazón del Señor Jesús. Contemplémosle en Mateo 9:36: “Tuvo compasión” por las multitudes que lo rodeaban, “porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”. Sin embargo, ¿no estaba él, el buen Pastor, en medio de ellas? Sí, pero no lo querían.
Como respuesta a la petición de Moisés, Jehová designa a Josué, “hombre en quien está el Espíritu” (v. 18, V. M.). En el interior de la tienda, fuera del campamento, desde su juventud Josué había aprendido a conocer a Jehová (Éxodo 33:11). Más tarde cumplió con fidelidad una misión de alta confianza: la exploración de la tierra prometida. En fin, como Moisés en su tiempo, Josué también fue formado durante cuarenta años en la escuela del desierto, la larga escuela de la paciencia. Solamente entonces Dios lo llama para el servicio que le tiene reservado, el de introducir al pueblo en Canaán.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"