Cuarenta años han transcurrido desde el censo del capítulo 1. Jehová hace tomar nuevamente el censo, esta vez por familias, “de toda la congregación de los hijos de Israel”. La comparación de estos dos censos, al principio y al final del desierto, pone en evidencia las consecuencias desastrosas e irremediables de las faltas cometidas. La tribu de Simeón, más culpable que las otras en el asunto de Baal-peor (cap. 25:14), quedó diezmada. Es, pues, necesaria una reducción proporcional de la herencia en Canaán ya que, según las instrucciones que Jehová da a Moisés:
A los más darás mayor heredad, y a los menos menor.
(v. 54)
Esa verdad nos habla a todos: una marcha desfalleciente conlleva una pérdida eterna y puede privar a un cristiano de su “corona” (Apocalipsis 3:11). Desde Rubén hasta Neftalí, el censo se hace en el mismo orden que la primera vez, según las banderas de las tribus (cap. 2). El total, casi idéntico (v. 51; cap. 1:46), hace resaltar el poder de la gracia de un Dios que se ocupó de este inmenso ejército de seiscientos mil hombres, sin contar a las mujeres y los niños, durante cuarenta años a través del desierto. Dios nunca se ha sentido sobrecargado por las necesidades de los suyos, y cuidará de cada uno de nosotros hasta nuestro último día en este mundo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"