Un reloj de pared atestigua la habilidad del relojero que lo ha construido, así como "los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos" (Salmo 19:1). "Mirad las aves del cielo… Considerad los lirios del campo…", invita el Señor Jesús (Mateo 6:26, 28). ¡Desgraciadamente, cuántos continúan ciegos ante esas bellezas de la naturaleza, no sabiendo discernir "su eterno poder y deidad"! (Romanos 1:20).
Los incrédulos han procurado reemplazar esos versículos tan claros con sus propias teorías sobre los orígenes del universo y de la vida. Pero no temamos a las especulaciones del espíritu humano ni a los descubrimientos geológicos, pues jamás harán vacilar la más mínima declaración divina. Recordemos que en esta esfera no es la Ciencia la que puede instruir, ni la inteligencia la que puede comprender. La Palabra es la que instruye y la fe es la que comprende (leer Hebreos 11:3).
¡Qué contraste hay entre el versículo 2 y el 31! Donde reinaban las tinieblas, Dios hace resplandecer la luz. De una escena de desolación, hace un mundo ordenado y habitable. Pero la tierra está aún vacía. Y Dios, "que formó la tierra… no la creó en vano, para que fuese habitada la creó" (Isaías 45:18).
Mediante un último acto soberano, crea al hombre y lo hace a su imagen, su representante, jefe de toda la creación.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"