Antes de que existiera algo del universo actual, Dios, quien no tiene principio, está presente. Y nos permite asistir al desarrollo de su trabajo de creación. Cuando nosotros queremos fabricar un objeto cualquiera, tenemos necesidad, primeramente, de cierto material. Pero a Dios le basta con hablar para que todo se haga a partir de nada. Dice, y he aquí, aparecen el cielo, la tierra, la luz, las nubes, los mares, “lo seco”, el firmamento con sus lumbreras: el sol, la luna, las innumerables estrellas, lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, la prodigiosa variedad de plantas y animales. Este relato, tan majestuoso como simple a la vez, da una respuesta definitiva a la gran pregunta que los hombres, desde siempre, no han cesado de hacerse:
¿Quién midió las aguas… los cielos con su palmo… y pesó los montes…? ¿Quién creó estas cosas?
(Isaías 40:12, 26; Proverbios 30:4).
Sí, ¿quién dibujó la forma perfecta de los cristales de nieve, quién construyó la extraordinaria estructura del insecto más ordinario, quién escogió el color y el perfume de la flor más común? Hebreos 1:2, 3 nos da la respuesta: Jesús, el autor de nuestra salvación, es también el Creador de todas esas maravillas (ver también Proverbios 8:27-31).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"