El lugar que el Señor vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su habitación, ese buscaréis, y allá iréis.
(Deuteronomio 12:5)
En una encuesta nacional se formuló esta pregunta: «¿Por qué usted asiste a determinada iglesia?». Las respuestas fueron llamativas y variadas. Parece que muchas personas se congregan en determinado lugar porque les conviene, porque su familia siempre ha ido allí, o porque en ese lugar se congregan sus amigos.
En Éxodo 20:24 leemos que Dios deseaba tener un lugar, incluso en el desierto, para habitar y ser recordado. Pero en Deuteronomio 12, cuando la travesía por el desierto prácticamente había terminado, surgió la pregunta entre los israelitas: ¿Dónde podrían servir al Señor? ¿En qué lugar haría él morar Su nombre?
En este capítulo de Deuteronomio el Señor da instrucciones sobre el lugar dónde el pueblo debía reunirse. En los capítulos 12 a 16 se repite 16 veces que este lugar es elegido por el Señor, y seis de ellas se encuentran en el capítulo 12. Este punto es esencial. A los israelitas no les correspondía elegir el lugar de reunión. Ellos no podían entrar en la tierra de Canaán, mirar a su alrededor y elegir el lugar que les pareciera más adecuado para reunirse. Era el Señor quien debía elegir este lugar, no los hombres. ¡Cuán importante es este principio para nosotros hoy!
El lugar de reunión, es decir, allí donde el Señor elige poner Su nombre (para morar entre su pueblo), no puede ser conforme a nuestras propias ideas o conveniencias. Esto es muy importante de manera práctica. Muchas personas se preguntan: «¿Dónde debo congregarme?». La respuesta se halla en el Nuevo Testamento. Es necesario leerlo de principio a fin, buscar todo lo que el Señor dice sobre cómo y dónde quiere que su pueblo se reúna en Su nombre, para estar en medio de ellos. El creyente debe orar para que el Señor le muestre dónde hallar ese lugar.
Es importante encontrar el lugar que el Señor describe claramente en Su palabra. Dios no dijo que ese lugar sería Jerusalén, sino que debían buscarlo (Deuteronomio 12:5). Israel tardó 400 años, desde su entrada en Canaán, para encontrar ese lugar, pues no lo buscó diligentemente.
En el Nuevo Testamento, el nombre escogido por Dios para habitar en medio de su pueblo es el nombre del Señor Jesús. Nos reunimos en Su nombre (Mateo 18:20). Es sumamente importante la obediencia. Deuteronomio 11:1 dice: “Amarás, pues, al Señor tu Dios, y guardarás sus ordenanzas”. Debemos amar el lugar donde el Señor ha prometido estar en medio de los suyos. Por lo tanto, si amamos realmente al Señor, lo primero que buscaremos es el lugar que Él ha elegido para poner Su nombre.
El Salmo 132:4-5 expresa la idea de buscar ese lugar. David quería encontrar un lugar para el Señor, el Fuerte de Jacob. Nótese que David no buscó ese lugar cuando empezó a reinar. Siendo anciano, dijo: “He aquí en Efrata lo oímos” (v. 6). No estuvo en Efrata cuando era rey, sino cuando era joven y pastoreaba las ovejas. Los jóvenes piensan en muchas cosas: ¿En qué trabajaré? ¿Dónde estudiaré? ¿Qué haré en el futuro? Desearíamos que tuvieran el mismo amor que tuvo David cuando era joven: anhelaba la morada de Dios.
Los jóvenes deberían desear lo mismo hoy. ¿Dónde habita el Señor en medio de su pueblo? En el Salmo 132 David se refiere al arca. Aparentemente nadie se preocupaba por ella; todos habían olvidado lo concerniente al arca. David quería encontrar la “morada” adecuada para el Señor. La buscaba.
¿Dónde la encontró? Cuando empezó a reinar y conquistó Jerusalén, aún no sabía que ese era el lugar que Dios había elegido. 1 Crónicas 21 muestra claramente que fue un tiempo muy humillante, un tiempo de confusión, en el cual David encontró el lugar.
Hoy vivimos en una época similar, un tiempo de confusión eclesiástica. En esa época hubo una plaga enviada por Dios. Hoy también hay una plaga en la cristiandad, resultado de la decadencia en la cual ha caído. El versículo 28 dice que David vio que Dios le había respondido desde la era de Ornán jebuseo, y sacrificó allí. En 1 Crónicas 22:1 y en 2 Crónicas 3:1 se encuentra la respuesta a Deuteronomio 12. Aunque se trataba de una simple era, David comprendió que ese era el lugar que Dios había elegido, y dijo: “Aquí estará la casa del Señor Dios, y aquí el altar del holocausto para Israel”.
En Mateo 18:20 leemos: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Aquí encontramos:
1. El lugar divino (donde).
2. El número divino (dos o tres).
3. El centro divino (Su nombre) donde se mantienen sus derechos y su autoridad.
En Lucas 22, Pedro y Juan debían seguir al hombre que llevaba un cántaro de agua (el Espíritu Santo aplicando la Palabra de Dios). Él les mostraría el camino al lugar de reunión en el aposento alto, donde el Señor hallaría un lugar de descanso entre los suyos. En Juan 1:35-39, el Señor preguntó a los dos discípulos: “¿Qué buscáis?”. Ellos no buscaban una cosa, sino estar en la presencia del Señor. Por lo que preguntaron: “Rabí… ¿dónde moras?”.
En el Cantar de los Cantares 1:7 hallamos una pregunta similar: ¿“Dónde apacientas” tu rebaño? La esposa menciona “los rebaños de tus compañeros”, que son los amigos de su amado. Hay muchos cristianos que aman al Señor, pero tienen sus propios rebaños. Sin embargo, la esposa no quería estar con ningún otro rebaño. Solo deseaba estar con su amado, saber dónde alimentaba su rebaño. No queremos vagar de un lugar a otro.
¿Quiere estar donde el Señor Jesús está? No hay calle ni número de casa. “Venid y ved”, dijo el mismo Señor. Si usted no conoce ese lugar, debe buscarlo. No siga los pasos de cualquier rebaño, siga al hombre con el cántaro de agua. Busque resueltamente ese lugar.
Busquemos a Aquel que hace que este lugar sea muy precioso. No es un lugar cualquiera. Solo hay un lugar donde el Señor se complace en hacer morar su nombre.
E.S. Nashed (Toward the Mark)