Dios se reserva el derecho y dominio sobre la sangre (cap. 7:26-27). Bajo su mirada, en el lugar santísimo, veremos renovada cada año la sangre de los sacrificios (cap. 16). Y esa sangre, indispensable para mantener las relaciones del pueblo con Dios, habla constantemente a Dios de la obra de su muy amado Hijo.
Varios pasajes de las Escrituras establecen las virtudes de la sangre de Cristo: “para hacer expiación… por vuestras almas” (v. 11). Purifica de todo pecado (1 Juan 1:7). La menor falta cometida solo puede ser borrada por esa sangre. Por ella hemos sido redimidos para Dios de entre todas las naciones (Apocalipsis 5:9), rescatados (1 Pedro 1:18-19), lavados (Apocalipsis 1:5), justificados (Romanos 5:9), reconciliados (Colosenses 1:20), santificados (Hebreos 13:12), acercados (Efesios 2:13). Por ella se ha abierto un camino nuevo y vivo para entrar “en el Lugar Santísimo” (Hebreos 10:19). Por ella también nos ha sido dada la victoria (Apocalipsis 12:11).
¡Preciosa sangre de Jesús! Su virtud y eficacia son piedra de tropiezo para quienes no la aceptan por la fe, pero para los redimidos es motivo eterno de alabanza y adoración.
Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre… a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.
(Apocalipsis 1:5-6)
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"