Veamos cuán grande y delicado era para el sacerdote y sus ayudantes el trabajo de quitar los pecados. Y todo ese servicio solo tenía validez por un año. En efecto, la fuente de los pecados, el corazón de los hombres, no estaba purificada por ello, y este malvado corazón no podía dejar de producir malas acciones a lo largo del nuevo año. Siempre haría falta renovar estos sacrificios; los sacerdotes se sucedían de padre a hijo, “debido a que por la muerte no podían continuar” (Hebreos 7:23).
¡Cuán grande es la obra de Cristo en toda su realidad, en todo su alcance! ¡Exigió su propio sacrificio! Para quitar el pecado del mundo y anular todas sus consecuencias, pero también para alcanzar la fuente de maldad: el corazón del hombre, y purificarlo, Jesús estuvo completamente solo. Nadie más podía participar en ello. ¿Qué hacía el pueblo durante ese gran trabajo del sacerdote? No podía ni debía hacer nada, sino afligir su alma. A su favor se cumplía una obra en la cual descansaba. Pues bien, ¡eso es todo lo que nosotros tenemos que hacer! Debemos apoyarnos en la suficiente y perfecta obra del Señor Jesús.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"