En el capítulo 9 se nos recordó que los sacerdotes “tomados de entre los hombres” podían pecar. No hemos tenido que ir muy lejos para verificarlo, desgraciadamente. Cada vez que Dios coloca al hombre en una nueva relación, este demuestra que no tiene capacidad para hacerle frente. Hasta aquí cada detalle había sido ejecutado “como Jehová lo había mandado” (expresión repetida catorce veces en los cap. 8-9). Pero ahora Nadab y Abiú, hijos mayores de Aarón, hacen lo “que a ellos no les había mandado hacer (v. 1, V. M.). Apenas consagrados, presentan ante Jehová un fuego no procedente del altar. El solemne y fulminante castigo nos recuerda lo serio que resulta sustituir las instrucciones de la Palabra de Dios por nuestra voluntad (comp. 2 Samuel 6:3 y sig., el arca colocada sobre un carro nuevo, seguido de la muerte de Uza). Tanto los pensamientos de la carne como lo que excita los sentimientos (bebidas fuertes), no son tolerados para rendir culto a Dios. Despreciar abiertamente las verdades conocidas lleva al transgresor a caer bajo la disciplina de Dios. Por el contrario, tal como lo muestra el final del capítulo, el Señor está lleno de indulgencia hacia los ignorantes, así como hacia aquellos que se doblegan bajo su disciplina.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"