Como el rey de la parábola, Ezequías hizo proclamar en todo el país la invitación de la gracia:
He aquí, he preparado mi comida… todo está dispuesto; venid
(Mateo 22:4).
Muchos no lo tuvieron en cuenta. Y de los que vinieron, una gran parte no estaban santificados (v. 17). ¿Qué hacer? ¿Deben ser enviados de vuelta a casa? ¡En absoluto! Al igual que los convidados al gran festín reciben un vestido de boda del rey, la gracia de Dios se ocupa de purificar a esos israelitas, a fin de hacerlos aptos para su santa presencia. Y esa purificación se cumple precisamente por medio de la Pascua que vinieron a celebrar. La sangre de las víctimas sacrificadas provee a su santificación.
Pensamos en la sangre de Jesús, el santo Cordero de Dios. Ella nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7).
En cuanto a los débiles e ignorantes, Ezequías, figura de Cristo, intercede a su favor para que Dios los perdone.
Luego viene la fiesta de los panes sin levadura. Nos habla de la santificación práctica. La acompaña un gran gozo, prueba de que la separación para Dios de ningún modo es sinónimo de tristeza. Y la oración de los portavoces del pueblo alcanza su meta: llega a la santa morada de Jehová en los cielos.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"