Se nos presenta al rey Uzías como un hombre de espíritu excepcionalmente amplio. Su largo reinado tan particular, ya que duró cincuenta y dos años, se caracteriza por una constante actividad. El rey cuida que no le falte nada a su pueblo: pozos, ganado, labranzas, viñas, todo esto acompañado con una fuerte protección militar. En resumen, asegura prosperidad y seguridad a su reinado.
¿No tienden los esfuerzos de los hombres hacia estas dos metas? Y en general, ¿a qué los conduce esto? ¿A ser más agradecidos para con Dios? ¿A emplear sus bienes en el servicio del Señor? ¡No!, más bien a atribuirse el mérito de ello, a confiar en las riquezas adquiridas y a gozar de ellas egoístamente. Estos mismos peligros amenazan a un creyente que está materialmente a sus anchas. Corre el riesgo de apoyarse en sus propios recursos y de sentirse fuerte. Por eso mismo deja de contar con la maravillosa ayuda de Dios (v. 15) y pierde el beneficio que ello implica. En estas condiciones, la caída no tardará.
Uzías había preparado todo para resistir un asalto exterior. Pero había descuidado velar sobre el frente interior, dicho de otro modo, sobre su propio corazón.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"