En medio de la noche moral que reina en Judá, es como si un faro concentrara su haz de luz sobre Joás, el precioso y pequeño príncipe. En lo sucesivo, todo el consejo de Dios descansa en ese débil niño, el último “hijo de David” (Salmo 89:29, 36).
¡Cuántas analogías con otro tiempo, más sombrío aún, en el que Herodes ocupa injustamente el trono de Jerusalén! El verdadero rey de los judíos nacido en Belén es preservado, como aquí Joás, de la matanza ordenada por el usurpador. Durante toda su vida en la tierra, Jesús permaneció escondido bajo la humilde “forma de siervo” que quiso tomar (Filipenses 2:7). Y todavía está oculto a los ojos del mundo, en el cielo, donde solo la fe lo discierne y conoce. En este capítulo tenemos en figura el día de su gloriosa manifestación. Como estos levitas y jefes del pueblo, los que actualmente le sirven y le esperan le serán asociados en ese día. Aparecerán con él en gloria (véase Colosenses 3:4; 1 Tesalonicenses 3:13). ¡Qué privilegio formar parte de esa bienaventurada escolta, estar con el rey
Cuando entre y cuando salga!
(v. 7).
Creyentes, ya que esta debe ser nuestra parte, quedémonos desde ahora junto a él por la fe, mientras él por poco tiempo todavía permanece invisible en los cielos.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"