Después de haber expuesto los caracteres de la verdad en su primera epístola, el apóstol nos muestra, en dos breves cartas, esa verdad «en marcha». Aquí no escoge como ejemplo a un padre en la fe (1 Juan 2:13), sino a una madre cristiana con sus hijos, de los cuales algunos, para su gran gozo, andaban en la verdad. Creyentes jóvenes, sepan que nada regocija tanto a los que les aman como verlos aprender y andar según las enseñanzas de la Palabra (v. 4; 3 Juan 4). La conducta de los hijos constituye la prueba más evidente de que una casa cristiana es gobernada por la verdad. En una época en la que todo está corrompido, el hogar es la última célula donde el niño puede crecer protegido de la contaminación moral. Pero puede ocurrir que la verdad tenga que ser defendida contra los enemigos de fuera (v. 10; Hechos 20:30). El verdadero amor nos impone el deber de no recibir nada de tales personas. ¿Soportaríamos a un visitante que viniera a decirnos mentiras acerca de alguien a quien amamos? ¿Y a quién podríamos querer más que al Señor Jesús? La Palabra nos enseña que no debemos discutir con esos falsos maestros; no debemos recibirlos. La verdad constituye nuestro más gran tesoro. ¡No la tengamos en poco! (Proverbios 23:23).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"