La epístola de Juan, al igual que su evangelio, atestigua que poseemos la vida eterna simplemente por la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios (comp. v. 13 con Juan 20:31). No creer, después de tantos testimonios, es hacer a Dios mentiroso (v. 10). Pero ahora el hijo de Dios se apoya en certezas: “Sabemos…” no cesa de repetir el apóstol (v. 2, 13, 15, 18-19, 20). Nuestra fe no solo se apodera de la salvación, sino que triunfa sobre el mundo por el hecho de que, al mirar más allá, se apega a lo que es imperecedero (v. 4). ¡Qué felicidad también la de saber que Dios nos escucha y nos otorga lo que pedimos según su voluntad! (v. 14). «El mismo creyente no desearía que le fuera concedido algo que resultara contrario a la voluntad de Dios», escribió un siervo del Señor. Pero, ¿cómo conocer esa voluntad? Mediante el entendimiento que el Hijo de Dios nos ha dado (v. 20; Lucas 24:45). “Y estamos en el Verdadero”, en contraste con el mundo que “está bajo el maligno”. Este último no tiene, en su arsenal, objeto alguno que pueda seducir al nuevo hombre. En cambio, nos ofrece muchos ídolos apropiados para tentar nuestros pobres corazones naturales. Hijos de Dios, guardemos nuestros afectos enteramente para el Señor (v. 21; 1 Corintios 10:14).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"