La epístola a los Hebreos ha sido llamada “la epístola de los cielos abiertos”. ¿Y a quién contemplamos en los cielos? A Jesús, a la vez apóstol, es decir, portavoz de Dios ante los hombres y sumo sacerdote, el portavoz de los hombres ante Dios.
Al escribir a los cristianos hebreos, el autor muestra, apoyándose en la historia del pueblo, cómo Jesús reúne y supera en su persona las glorias que veneraban los judíos: la de Moisés (cap. 3), la de Josué (cap. 4), la de Aarón (cap. 5)… Pero no podemos aprender a conocer al Señor sin descubrir al mismo tiempo la perversidad del corazón natural. Dios lo llama un “corazón malo de incredulidad” y nos recuerda que en él está el origen de nuestras miserias. “Siempre andan vagando en su corazón”, declara el versículo 10 (comp. Marcos 7:21).
Por esa razón, quienquiera que oiga la voz del Señor (¿y quién se atrevería a decir que nunca la ha oído?) está solemne y triplemente invitado a no endurecer su corazón:
Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones
(v. 7, 15; cap. 4:7).
Generalmente limitamos esta exhortación al Evangelio de la cruz. Pero nosotros, que somos creyentes, ¿no tenemos cada día la oportunidad de oír la voz del Señor en su Palabra? ¡Que seamos guardados de toda forma de endurecimiento, cualesquiera sean las exigencias de su Palabra para con nosotros hoy!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"