“Dios… nos ha hablado por el Hijo… Por tanto,” –prosigue el capítulo 2– “es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído”. Ya sobre el santo monte, una voz del cielo había mandado solemnemente a los tres discípulos que ya no escucharan a Moisés o a Elías, sino al Hijo amado.
Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo
(Mateo 17:5-8).
Nosotros también, por la fe, “vemos… a Jesús” (v. 9). El capítulo 1 nos lo presenta bajo sus títulos divinos de Creador y Primogénito. Aquí aparece como el Hombre glorificado y vencedor de la muerte. En el capítulo 1 todos los ángeles le rinden culto; en el capítulo 2 Jesús ha sido hecho un poco menor que ellos a causa de esa muerte cuyo sabor infinitamente amargo tuvo que conocer (v. 9). Pero el Salmo 8, citado aquí, nos revela en su conjunto el propósito de Dios respecto de “Jesucristo hombre”. Una corona de gloria y de honra ciñe su frente; el dominio universal le pertenece por derecho y pronto todo se doblegará bajo su ley. Pero el lugar ocupado por “el autor de nuestra salvación” proclama ya la excelencia de esa salvación. ¿Cómo escaparemos nosotros si la “descuidamos”? (cap. 10:29). Fijémonos bien que basta ser descuidado y postergar para más tarde… Sí, apresurémonos a asir “una salvación tan grande”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"