Hasta nuestra futura entrada en el divino reposo, para nosotros, hijos de Dios, perdurará el tiempo del cansancio inherente al andar, al servicio y al combate.
Pero no somos dejados sin recursos. De los tres que menciona este capítulo, el primero es la Palabra de Dios. Hoy oímos Su voz… Esta Palabra vigila sobre nuestro estado interior. Es viva: nos trae la vida; es eficaz: hace su trabajo en nosotros (Efesios 6:7 nos la presenta, al contrario, como un arma ofensiva). Es penetrante: dejemos que ella nos revele nuestro interior y examine nuestra vida.
Pero, al lado del pecado que la Palabra evidencia y condena, en nosotros hay flaqueza y debilidades. Para contrarrestarlas, Dios proveyó otros dos recursos. Nos ha dado un gran sumo sacerdote, lleno de comprensión y simpatía. Como hombre aquí abajo, Cristo conoció todas las formas del sufrimiento humano para poder desplegar, en el momento “oportuno”, todas las formas de su amor en favor de sus débiles redimidos.
En segundo lugar, nos abrió el acceso al trono de la gracia. Estamos invitados a acercarnos a ese trono por medio de la oración con la libertad y confianza que debe inspirarnos el saber que allí encontramos a nuestro amado Salvador. ¿Buscamos el socorro allí, y solamente allí? (Salmo 60:11).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"