A Dios le convenía perfeccionar “por aflicciones” al autor de nuestra salvación (v. 10). “Quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento”, dice también Isaías (cap. 53:10). ¿Y con qué objetivo? Para llevar a “muchos hijos a la gloria”. “Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje”, agrega el profeta. Esos hijos que Dios ha dado a Cristo para que sean sus compañeros en la gloria son sus amados redimidos.
No se avergüenza de llamarlos hermanos (v. 11).
Pero, para poder tomar su causa, debía ser hecho semejante a ellos y llegar a ser verdaderamente hombre (v. 14). Este capítulo nos da varios motivos infinitamente preciosos de ese gran misterio:
– Jesús vino con nuestra naturaleza para glorificar a Dios como hombre y permitirle realizar sus propósitos respecto al hombre.
– Tomó un cuerpo para poder morir y así obtener la victoria sobre el que tenía el imperio de la muerte, y eso en su propia fortaleza.
– Finalmente, Jesús se vistió de nuestra humanidad para entrar perfectamente en nuestras aflicciones y comprenderlas con un corazón humano. Su propia experiencia del sufrimiento le permite simpatizar plenamente con nuestras pruebas como un sacerdote fiel y misericordioso. ¡Qué consuelo para todos los afligidos!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"