El autor de la epístola a los Hebreos probablemente es el apóstol Pablo. Pero él no se nombra para dejar todo el lugar al Señor Jesús, el gran “apóstol… de nuestra profesión” (cap. 3:1). Después de haber hablado por medio de tan diversos instrumentos (Jeremías 7:25), Dios acabó por dirigirse directamente a Israel y a los hombres por medio de su propio Hijo (Marcos 12:6).
Él es “la Palabra”, la plena y definitiva revelación de Dios. Y, para darnos una idea más elevada, nos enseña quién es este Hijo: el heredero de todo, el creador del mundo, el resplandor de su gloria, la imagen misma de su sustancia, el que sustenta todas las cosas (Juan 1:1, 18). Pues bien, el que hizo el mundo, ¡también efectuó la purificación de nuestros pecados! Mas si para crear le bastó una palabra, para esa última obra tuvo que pagar el supremo precio: su propia vida.
Una sucesión de salmos llamados mesiánicos (2, 45, 102, 110…) establece la exaltación y la supremacía del Hijo de Dios. Los ángeles son criaturas, Jesús es el Creador; ellos son servidores y él es el Señor.
Los ángeles, de un modo invisible, ministran a nuestro favor; Jesús solo cumplió la purificación de los pecados: los míos y los suyos. Y lo que él es realza incomparablemente lo que él ha hecho.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"