El sombrío retrato moral de los versículos 2 a 5 se parece al del primer capítulo de la epístola a los Romanos, versículos 28 a 32, con la diferencia de que aquí no describe personas paganas, sino a gente que dice ser cristiana. Y, lo que es más grave, la forma de piedad –la hipocresía– cubre esos horrendos rasgos con un barniz engañoso. Con un “pero tú”, vuelve a interrumpirse el apóstol (v. 10, 14; cap. 4:5). Por un lado están esas personas inmorales que “siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad” (v. 7); y por otro, ese joven siervo de Dios, nutrido desde la niñez con “las Sagradas Escrituras” (v. 15) bajo la influencia de una madre y una abuela piadosas (cap. 1:5). ¡Dichosos los que, desde su niñez, han sido asiduos lectores de la Palabra de Dios! A ellos y a todos nosotros se dirige esta exhortación:
Persiste tú en lo que has aprendido (v. 14).
El versículo 16 establece la plena inspiración de toda la Escritura y al mismo tiempo su autoridad “para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”. La Palabra de Dios alimenta y forma al hombre de Dios. Timoteo lo era pese a su juventud. Este título de “hombre de Dios” (v. 17; 1 Timoteo 6:11) es más noble aun que el de “soldado”, “obrero” o “siervo del Señor” (cap. 2:3, 15, 24). Aquí Dios nos muestra cómo se llega a ser un “hombre de Dios”. ¡Que él nos dé también el deseo de serlo!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"