En las relaciones con los demás creyentes, los vínculos familiares (“padre… hermanos… madre… hermanas…”) deben servirnos de modelo (v. 1-2). Nunca perdamos de vista que formamos una única y misma familia: la familia de Dios.
Cada uno es invitado a mostrar su piedad, pero primeramente para con su propia casa (v. 4). Los fariseos predicaban lo contrario. Mientras ostentaban devoción, anulaban el mandamiento de Dios alejando a los hijos de sus más legítimos deberes para con sus padres (Marcos 7:12-13).
En un solo versículo, el 10, se resume una vida entera al servicio del Señor. Que cada cristiana halle inspiración y fortaleza a fin de no desear otra cosa.
Los versículos 3 a 16, dedicados a las viudas, nos recuerdan que Dios cuida de ellas de una manera muy particular (Salmo 68:5). El evangelio de Lucas menciona a cuatro de ellas: Ana, cuya actividad en oraciones constantes ilustra el versículo 5 (Lucas 2:36-38); la viuda de Naín, a la que Jesús devolvió el hijo (Lucas 7:11-17); la que pedía justicia al juez injusto de la parábola del capítulo 18; y, finalmente, la viuda pobre que, ante los ojos del Señor –y para Su gozo– dio al tesoro del templo todo lo que tenía para su sustento (Lucas 21:1-4). Una completa fe en Él agrada a Dios por encima de todo (Hebreos 11:6).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"