El apóstol, antes de hablar a Timoteo de otras cosas (cap. 3:14; 4:6, 11), menciona la oración bajo sus distintas formas. Un servicio cristiano empieza siempre por la oración. La voluntad de Dios para salvar, la obra de Cristo y nuestra oración abarcan a todos los hombres. Nuestro deber es orar por todos sin restricción, porque Dios quiere que todos los hombres sean salvos, pues Jesucristo se dio en rescate por todos. Si no todos son salvos, no se debe a Dios ni a Cristo, sino a la dureza del corazón humano. Tenemos el privilegio de orar por las multitudes que no saben hacerlo.
Que podamos llevar una vida apacible y quieta depende de “los que están en eminencia”. Pidámosle a Dios que nos la conceda por medio de ellos, no para derrocharla a merced de nuestras codicias, sino para estar más libres a fin de ocuparnos en la salvación de los pecadores (véase Esdras 6:10).
Los hermanos, incluso los más jóvenes, son llamados a orar “en todo lugar” y públicamente en la iglesia. En cambio, en ella las hermanas deben guardar silencio. Pero, por medio de su actitud y su modesto arreglo personal, pueden dar un testimonio más poderoso que con las palabras. Las consecuencias de la caída en Edén (véase Génesis 3:16) permanecen para la mujer; pero la fe, el amor, la santidad y la modestia son prendas de liberación y bendición, aun en la tierra.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"