Si alguien podía comparar la servidumbre de la ley con el Evangelio de la gracia, ese era el fariseo Saulo de Tarso, quien llegó a ser el apóstol Pablo. Su fidelidad a los mandamientos no le había impedido ser el primero de los pecadores, pues había perseguido a Jesús al perseguir tan cruelmente a los Suyos. Sincera y humildemente, se declara el peor de todos aquellos pecadores enumerados en los versículos 9 y 10. Pero Jesucristo vino a salvar precisamente a los culpables y no a los justos (Mateo 9:13). Y puesto que el primero de ellos pudo ser salvo, nadie puede considerarse demasiado pecador para no beneficiarse de la gracia.
Fui recibido a misericordia,
exclama el apóstol dos veces (v. 13, 16). Mide la grandeza de esa misericordia con la magnitud de su propia miseria, y espontáneamente la adoración se eleva de su corazón (v. 17).
Si a menudo gozamos tan poco de la gracia, tal vez sea porque nuestra convicción de pecado no ha sido suficientemente profunda. “Aquel a quien se le perdona poco” –o por lo menos, el que lo piensa así– “poco ama” (Lucas 7:47). Amigo aún indiferente, hasta ahora la paciencia del Señor se ha ejercido también hacia usted. No le haga esperar más tiempo. Tal vez mañana sea demasiado tarde.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"