Pablo se encomienda a las oraciones de los santos: “Orad por nosotros” (v. 1; 1 Tesalonicenses 5:25). Él mismo no cesaba de orar por ellos (cap. 1:11). Contaba con el fiel Señor para afirmarlos y guardarlos del mal. También contaba con la obediencia de ellos, y ésta abarcaba el muy simple cumplimiento de sus tareas cotidianas. Pero algunos en Tesalónica habían cesado de trabajar. Si el Señor viene –pensaban ellos– ¿para qué cultivar el campo y ocuparse en los negocios de la vida presente? Y, como triste consecuencia de ello, se entremetían en lo ajeno (véase 1 Timoteo 5:13). Pablo protestó con vehemencia. Nada en su enseñanza podía dar pretexto a semejante desorden (v. 6-7, 11). Al contrario, él había dado el ejemplo del trabajo manual “para no ser gravoso” a nadie. Y el ejemplo supremo es “la paciencia de Cristo” (v. 5) que permanece a la espera del momento en que ha de presentarse a su amada Iglesia.
Con las epístolas a los Tesalonicenses llegamos al final de las cartas que Pablo escribió a siete iglesias muy diferentes. En ellas trata los diversos aspectos de la vida y de la doctrina cristiana, desde la adquisición de la salvación en la epístola a los Romanos hasta la gloria próxima. Todas esas enseñanzas tienen un gran precio para nosotros. Que el Señor nos ayude a retenerlas con miras a permanecer “firmes” (cap. 2:15).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"