El final de la epístola nos enseña cuál debe ser nuestro comportamiento entre hermanos, con respecto a todos los hombres, en relación con Dios y en la Iglesia. En suma, toda nuestra vida está encuadrada en estas cortas exhortaciones. Si se trata de estar gozoso, debemos estalo siempre; si de orar, que sea sin cesar; si de dar gracias, que lo sea en todo. La fe nos permite agradecer al Señor aun por lo que puede parecernos enojoso. Orar sin cesar es permanecer en Su comunión, lo que será también nuestra protección contra el mal bajo todas sus formas (v. 22). El que nos rescató enteramente –espíritu, alma y cuerpo– también exige la santidad de todo nuestro ser (cap. 4:3). Las manchas del espíritu y del corazón, aunque invisibles, son tan temibles como las del cuerpo. Pidámosle al Señor, quien es fiel, que nos conserve sin reproche, conformes a él, para el instante de la gran cita. Ningún pensamiento es más apropiado para santificarnos que el del retorno del Señor Jesús (1 Juan 3:3). Esta inestimable promesa se halla mencionada al final de cada uno de los cinco capítulos de esta carta. No la perdamos de vista. Y hasta entonces, que
La gracia de nuestro Señor Jesucristo
sea con cada uno de nosotros.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"