Esta escena (v. 18-26) es recordada en Hebreos 12:19 para mostrar la diferencia que hay entre la ley y la gracia bajo la cual está el creyente. A este ya no se le pide que haga algo, sino que crea en Jesús, quien lo ha hecho todo. Por lo demás, el final del capítulo no nos muestra al hombre en la posición de alguien que haya hecho obras, sino en la de un adorador. Está claro que el Sinaí no es el lugar donde Dios y el pecador pueden encontrarse (v. 24). El versículo 25 nos enseña que las obras y las ordenanzas de los hombres no tienen ningún lugar en el culto según Dios. Por último, el versículo 26 enseña que ninguno debe elevarse por encima de sus hermanos, porque entonces su carne se hará visible para su vergüenza.
Bajo la imagen del siervo hebreo (cap. 21:2-6) reconocemos al Señor Jesús (comp. con Zacarías 13:5-6). Hombre obediente, el único que cumplió la ley, ese perfecto Siervo habría podido salir libre y subir al cielo sin pasar por la muerte. Pero habría estado solo. En cambio, en su infinito amor, Cristo quería la compañía de una Esposa. Entonces pagó el precio necesario. Su sangre vertida y sus heridas son la prueba de ello; proclamarán durante la eternidad el despojamiento voluntario de Aquel que tomó “forma de siervo” (Filipenses 2:7) y que, hasta en la gloria, se complacerá en servir a los suyos (Lucas 12:37).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"