Roboam reina, pues, al mismo tiempo que Jeroboam. Aunque su reino es más pequeño, posee la mejor parte. Su capital sigue siendo Jerusalén, donde se halla el templo, santa morada de Jehová y centro de congregación para todo Israel. Roboam mismo es “hijo” de David, su legítimo descendiente. ¡Pero, ¡ay!, a pesar de todos estos privilegios, vemos hasta dónde cae el pueblo pocos años después de los gloriosos días del capítulo 8 (v. 65-66). Así como la mala hierba arruina el más hermoso jardín, la idolatría introducida por Salomón invadió todo el país. ¡Y esto no es todo! Como Roboam no vela, el enemigo aprovecha. Al pobre rey le quitan, a la vez, todos sus tesoros y todo lo que le protegía (los escudos). Es una seria advertencia para cada uno de nosotros. Si no velamos sobre nuestro corazón, pronto el Enemigo sembrará en él la semilla de diversos ídolos. Y, cuando haya brotado, sin dificultad arrebatará nuestros más preciados tesoros, depósito que nuestros padres o abuelos, quizá, nos trasmitieron: Cristo y su Palabra.
Abiam sucede a Roboam y tres años de reinado bastan para mostrar que él anda en todos los pecados practicados por su padre.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"