Después de haber permanecido tanto tiempo dormida, la conciencia de David se sobrecoge por una profunda convicción de pecado. Y se da cuenta de que su crimen no solamente concierne a Urías y a su mujer, sino que es, en primer lugar, contra Jehová.
Comprendamos que nuestras faltas para con nuestros hermanos, padres o cualquier otra persona, primero son un pecado contra Dios. No basta, pues, reparar el mal ante aquel a quien hemos perjudicado (cuando es posible; David ya no podía); aún es necesario confesarlo a Dios.
Es lo que David hace en el Salmo 51, escrito en ese momento de amarga angustia (véase también Salmo 32:5, 1-2). En verdad, Dios no desprecia
Al corazón contrito y humillado
(Salmo 51:17).
Perdona a su pobre siervo; le perdona por completo. David es “como la nieve”, porque por anticipado fue lavado por la misma preciosa sangre de Cristo derramada por él, por usted y por mí (Isaías 1:18). Pero, lo que no puede ser borrado son las consecuencias del mal cometido. Estas son muy dolorosas. En primer lugar, su hijo debe morir. Así, cada uno sabrá que, sin dejar de perdonar al pecador, Dios condena absolutamente el pecado y, especialmente, cuando lo comete uno de sus siervos.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"