Nos gustaría permanecer con las victorias del capítulo 10 y hacer caso omiso de lo que se presenta ahora. Porque, de parte del enemigo de las almas, David soporta la más cruel derrota de su existencia. No obstante, este triste relato se halla en el libro de Dios como solemne advertencia para cada uno de nosotros. El más piadoso creyente posee un corazón corrompido, abierto a todas las codicias, y debe vigilar las entradas que dan acceso a ese malvado corazón, en particular sus ojos.
Esta trágica historia nos muestra a un rey que se hace esclavo: esclavo de sus codicias, atrapado en el terrible engranaje del pecado. En lugar de estar en la batalla con sus soldados, David descansa en Jerusalén; se pasea, ocioso, sobre el terrado de su palacio. Acordémonos que el ocio y la pereza multiplican, para el hijo de Dios, ocasiones de caída. En la inactividad, la vigilancia se relaja infaliblemente; y el diablo, que nunca descansa, sabe cómo sacar partido de ello. Sepamos, pues, estar ocupados.
David toma la mujer de Urías y, para ocultar su pecado, comete otro: con la complicidad de Joab, maquina la muerte de su noble y abnegado soldado.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"