Por tercera vez, Samuel reúne al pueblo. Lo junta en Gilgal para renovar allí la realeza. Al mismo tiempo, va a abdicar de sus funciones como juez, desempeñadas fielmente, como lo testifica el pueblo. Podemos comparar sus palabras con las del apóstol Pablo a los ancianos de Éfeso, en el capítulo 20 de Hechos (v. 26-27, 33-35). No están destinadas a glorificar al que las pronuncia, sino a poner a quien las oye ante su propia responsabilidad. E igualmente por tercera vez, Samuel hace sentir a Israel lo que ha perdido al pedir un rey. Subraya su ingratitud y su falta de confianza en Jehová (v. 9-12).
Los versículos 14 y 15 nos muestran que el pueblo es sometido a prueba nuevamente. Sin la ley como bajo la ley, en el desierto o en el país, con o sin jueces (o sacerdotes), siempre el pueblo había fallado abandonando a Jehová para volver a sus codicias y a sus ídolos. Ahora, es como si Dios les dijera: «¿Quieren un rey? ¡Bueno! ¡Veamos si quizá les vaya mejor con un rey!». Y, en su condescendencia, permite esta nueva experiencia.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"