Samuel cumple fielmente el acto que pone fin a su servicio como juez: derrama el aceite de la unción real sobre la cabeza de Saúl. Luego le indica el camino, como el criado lo había esperado (cap. 9:6). Ya no se trata de ir por las asnas; estas fueron halladas. Ahora Saúl debe recorrer el camino que lo preparará para ocupar el trono. Primero irá al sepulcro de Raquel: la muerte, fin del hombre natural y de todas sus ventajas, es la primera gran lección para todo cristiano. Pero, la tumba de Raquel se hallaba en el lugar donde nació Benjamín, a cuya tribu pertenecía Saúl. Benjamín, “hijo de la mano derecha” del padre (Génesis 35:18, nota), es figura de Cristo, de quien el redimido puede gozar cuando considera muerto al viejo hombre. El segundo encuentro, en Bet-el (la casa de Dios), nos habla de la adoración, a la cual se invita a tomar parte al joven creyente, junto con los dos o tres testigos. Finalmente, en presencia de los enemigos y en compañía de los profetas, se ha de dar un testimonio por el poder del Espíritu Santo.
Saúl parece cursar esas lecciones sin aprenderlas, como nos lo mostrará la continuación de su historia. Es la prueba de que uno puede hallarse “entre los profetas” (v. 11-12) y participar de todas las bendiciones de los hijos de Dios, sin ser uno de ellos verdaderamente.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"