Los hijos de Samuel, como los de Elí, no anduvieron en los caminos de su padre. Todos los hijos de padres creyentes deben considerar esto muy seriamente. Para gozar del favor de Dios no basta, como lo pensaban los judíos, tener a un Abraham por padre (Mateo 3:9).
Ahora los ancianos de Israel se acercan al profeta con un pedido que lo aflige profundamente. Quieren un rey, como todas las naciones. Querer ser semejante a todo el mundo: en el fondo, a menudo también es nuestro deseo, porque no nos gusta diferenciarnos. No comportarnos como los que nos rodean, generalmente atrae burlas, incomprensión y acusaciones de orgullo. Sin embargo, si
Ahora somos hijos de Dios
(1 Juan 3:2),
esto establece entre nosotros y nuestro entorno mundano una fundamental diferencia, una diferencia que conlleva muchas otras: el inconverso no acepta la autoridad de Dios, mientras que el creyente reconoce a Jesucristo como su amo y Señor.
Samuel es el encargado de advertir al pueblo que Jehová era un soberano justo, misericordioso, generoso; pero, el rey deseado será exigente y su régimen severo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"