Al asistir al saqueo de la casa de Jehová y al mirar a los caldeos romper y llevarse sus hermosas y poderosas columnas, nos embarga la tristeza al pensar lo que llegó a ser el testimonio de Israel en medio de las naciones. Pero, en comparación, ¡cuánto más considerables serán los sentimientos de Jehová ante la destrucción de la casa en la cual había puesto su nombre y frente a la ruina de Jerusalén! (léase 1 Reyes 9:6-9). En contraste, ¡qué valor tienen las promesas que el Señor hace al vencedor de Filadelfia!: “Al que venciere, yo le haré columna en el templo de mi Dios… y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de… la nueva Jerusalén… y mi nombre nuevo” (Apocalipsis 3:12).
Queridos amigos, al terminar la lectura de este libro de Jeremías pidámosle al Señor que podamos formar parte de esos vencedores, es decir, que nos ayude a guardar su Palabra y no negar su nombre hasta el momento de su retorno.
Dios no permitió que el libro terminara con un triste cuadro. La gracia otorgada a Joaquín por parte del sucesor de Nabucodonosor (v. 31-34) es un testimonio de los cuidados que Jehová no dejará de dispensar a un débil remanente de su pueblo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"