Babilonia, cuna de la mundanería y de la corrupción, es la última de las naciones en oír el juicio de Jehová. Como Jeremías predicaba la sumisión a Nabucodonosor, se le había acusado de ser favorable a los caldeos y de traicionar a su propio pueblo. Pero esos dos largos capítulos de la profecía nos muestran lo que Dios le había enseñado respecto de Babilonia. Por otra parte, ya había declarado que, si bien Jehová se servía de ella para disciplinar a Judá, llegaría el momento en que, a su vez, la gran ciudad sería «visitada» en juicio y reducida “en desiertos para siempre” (cap. 25:12-14). Bel, Merodac (el dios Marduk) y todos sus otros ídolos iban a desaparecer vergonzosamente con aquellos que los servían, mientras que Israel y Judá no serían privados “de su Dios, Jehová de los ejércitos” (véase el cap. 51:5).
Esos juicios que iban a castigar a Babilonia contribuirán finalmente a abrir los ojos y el corazón de los cautivos del pueblo.
Los versículos 4 y 5 de este capítulo 50 nos muestran las lágrimas y la humillación que acompañarán su vuelta a Jehová, preludio de su completa y final liberación. El mundo actual está lleno de vanos ídolos, los que pronto pasarán con él. Nosotros, que somos instruidos por la Palabra de Dios, ¿podríamos apegarnos a ellos? (1 Juan 5:21).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"