Los hijos de Amón habían aprovechado cobardemente la transportación de las diez tribus para apropiarse del territorio de Gad, ubicado al otro lado del Jordán. Para volver a poner las cosas en su lugar, después de haber «heredado» indebidamente de Israel, vendrán a ser su heredad (final del v. 2). Ayer vimos que Moab, el burlador, llega a ser a su vez objeto de escarnio (cap. 48:26-27),
y es notable observar que los juicios que Dios envía, a menudo están en relación con la falta cometida hacia los demás.
Tales lecciones, si sabemos recibirlas, permitirán que comprendamos mejor el alcance de Mateo 7:2 y 12, versículos que nos exhortan a no hacer a los demás lo que no deseamos que nos sea hecho.
Lo que caracteriza aquí a Edom es su extrema arrogancia. Este pueblo, anidado como el águila en sus peñas escarpadas y agrestes del monte de Seír (v. 16), se consideraba invulnerable. Pero Dios supo y sabrá hallarlo de nuevo para hacerlo descender de allí, reduciendo su guarida a perpetuo desierto (v. 13; Abdías v. 4). Contrariamente a lo hecho con Moab y Amón, Jehová, al terminar, no da a Edom ninguna promesa de hacer volver sus cautivos. “Ni aun resto quedará de la casa de Esaú” (Abdías 18; comp. cap. 48:47; 49:6).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"