Al dirigirse a Jeremías, el pueblo solemnemente se había comprometido a escuchar la voz de Jehová “sea bueno, sea malo” (cap. 42:6). La respuesta era por demás clara: no debían partir. Pero esa prohibición no concordaba con las secretas intenciones de Johanán y sus compañeros. Se habían engañado a sí mismos en sus almas (cap. 42:20), ya que estaban decididos a ir a Egipto. Y el capítulo 41:17 nos muestra que ya habían hecho ese proyecto al llegar a Quimam, aun antes de consultar a Jeremías. ¿No es una burla para Dios el hecho de preguntarle cuál es su voluntad, sabiendo muy bien de antemano lo que se tiene la intención de hacer? Por desgracia, semejante falta de rectitud quizás es más frecuente de lo que pensamos y todos necesitamos tener cuidado con nuestros corazones engañosos (cap. 17:9).
Una vez más, Jeremías sufre injustamente. Esos “varones soberbios” le acusan de mentir y buscar la esclavitud y la muerte del pueblo. El profeta, al contrario, va a dar la medida de su amor al acompañar todavía a ese pueblo en su desastroso viaje.
Los judíos creyeron ponerse a cubierto, pero justamente allí Nabucodonosor los alcanzará (v. 11). Las decisiones que se toman por falta de fe a menudo atraen sobre nosotros la prueba misma que queríamos evitar.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"