La noticia de la horrenda masacre de Mizpa llega a oídos de Johanán. Rápidamente se dirige hacia la tropa de Ismael y, a su llegada, todo el pueblo al que este último conducía en cautiverio, para entregarlo a los hijos de Amón, se apresura a cambiar de campamento. Ismael mismo, al darse cuenta de que tenía que vérselas con alguien más fuerte que él, escapa con ocho hombres y halla refugio junto a Baalis, su protector. Por su lado, Johanán y el pueblo liberado van a habitar a Gerut-quimam (mesón de Quimam), cerca de Belén (quizás el mismo en que, más tarde, no habrá lugar para el Hijo de Dios; Lucas 2:7).
Pero el peligro para esa pobre gente está lejos de haber sido ahuyentado. El asesinato del gobernador establecido por el rey de Babilonia expone ahora a los judíos a la ira de este último, tan pronto como sea informado. Temen que Nabucodonosor, perdiendo la paciencia a causa de las sucesivas rebeliones del pueblo de Judá, intervenga con suma severidad, y esta vez los inocentes paguen por los culpables. En su temor y perplejidad, Johanán y sus compañeros se vuelven con aparente humildad hacia Jeremías, a quien hallamos de nuevo entre ellos. Él es el portador de la Palabra de Dios, y, repitámoslo, esta es la única fuente de luz, tanto para nosotros como para ese pueblo (Salmo 119:105).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"