Deliberadamente el pueblo escoge servir a los ídolos, así como lo habían hecho sus padres, y no se avergüenza de declararlo. Está en abierta rebelión contra Jehová. Moralmente, cuánto camino se recorrió desde Josué 24, cuando Israel, que había subido de Egipto a Canaán, seguía a su conductor para tomar este compromiso: “Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses… serviremos a Jehová, porque él es nuestro Dios” (léase Josué 24:16, 18). Y con una entera mala fe, esos judíos atribuyen su actual miseria al hecho de haber dejado de venerar “a la reina de los cielos” (comp. cap. 7:18). Aunque Jehová les había advertido que la espada, la peste y el hambre les aguardaban en Egipto, cuando esas desgracias les sobrevienen las toman como pretexto para renovar sus sacrificios a esos ídolos. ¡Cuántas personas razonan de la misma manera: Dios no me dio lo que yo deseaba! ¡Qué importa!, me vuelvo hacia el mundo (del cual Egipto siempre es su imagen); él no me rehusará nada.
¡Miserable corazón humano! Estos versículos nos enseñan también que él puede estar simultáneamente bajo el dominio de la orgullosa incredulidad y de la más tenebrosa superstición (2 Corintios 4:4).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"