Jeremías recordó los abominables pecados del pueblo. Tomó nota de la injuriosa respuesta de esa asamblea de rebeldes. Ahora saca sus conclusiones. ¡Son espantosas! Con excepción de muy pocos, ese pueblo va a perecer en Egipto bajo el peso de las calamidades que lo aguardan (y de las cuales “la reina de los cielos” será muy incapaz de protegerlos). Nunca más se hablará de ella.
Pero, en esos tiempos de ruina general, es consolador comprobar que “conoce el Señor a los que son suyos” (2 Timoteo 2:19). Todo un pequeño capítulo es consagrado a Baruc. Jehová tiene para él unas palabras personales, a la vez de reprensión y de consuelo. Junto con Jeremías, a quien no abandonó, ese hombre fue objeto de calumnias y acusaciones públicas (cap. 43:3). Empero, lo que importaba era lo que Dios pensaba de él (2 Timoteo 2:15). Baruc, descendiente de una familia principesca, quizás había esperado desempeñar algún papel preponderante, como ponerse a la cabeza de un pueblo humillado y restaurado. Por eso le alcanzó el desaliento (v. 3; Proverbios 24:10). Pero Jehová lo exhorta:
¿Y tú buscas para ti grandes cosas? No las busques (v. 5).
El Señor tampoco espera grandes cosas de nosotros… con excepción de una cosa muy grande a sus ojos: la fidelidad (comp. Apocalipsis 3:8).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"