“¿Qué tienes tú en el camino de Egipto, para que bebas agua del Nilo?” (cap. 2:18) preguntó Jehová al comienzo de este libro. Sabía bien por qué razón no quería ese viaje a Egipto (comp. Deuteronomio 17:16). La horrorosa idolatría de Judá, en particular desde el tiempo de su rey Manasés, fue la causa de los juicios que acababan de caer sobre él. Pero Egipto también estaba consagrado a los ídolos (qué importa que llevaran nombres diferentes) y el pueblo corría allí el riesgo de corromperse todavía más. ¡Lo que no dejó de producirse! Podemos estar seguros de que, al cerrarnos un camino, Dios quiere protegernos de los peligros que él conoce, aun cuando en el momento no entendamos sus motivos. Al insistir, al obrar según nuestra propia sabiduría, solamente podemos perjudicarnos.
“¿Por qué hacéis vosotros tan grande mal contra vuestras mismas almas?” (v. 7, V. M.) pregunta aquí Jehová al pueblo. Sí, no perdamos de vista que perjudicamos nuestras almas al no cumplir la voluntad del Señor (Proverbios 8:36; Habacuc 2:10).
Esos judíos, gente de dura cerviz, pese a todas las penosas lecciones recibidas, no se humillaron hasta ese día; su soberbia no estaba quebrantada (v. 10; cap. 43:2).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"